jueves, 25 de junio de 2009

REFLEXIONES SOBRE ARTE ANTE LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL



Continuando reflexiones sobre el arte, aprovecharé una ocasión en la que visité la Capilla del Obispo, en el antiguo Palacio de Los Vargas, a propósito de ver una exposición fotográfica de Robert Upka, cuya temática era la magnífica escultura llamada "La Piedad" de Miguel Ángel. La exposición se hacía en un marco inmejorable, ante el retablo, una obra bastante excepcional de Gerardi, y ante el magnífico conjunto escultórico de la tumba del Obispo Francisco de Vargas y Carvajal.
Pese a estar absorto en las excelentes fotografías de Upka, no pude dejar de oír a una "experta" comentarios que hacía sobre la expresión de la Virgen. Decía que no era de tristeza, ni de piedad (señalando esto como paradoja, ya que, como se ha señalado, el nombre de la famosa escultura es precisamente La Piedad). La experta continúo su exposición argumentando que sólo se reflejaba en el rostro de la Virgen una expresión de serenidad. Literalmente: "se trata de un rostro sereno, frío".
No pude menos que preguntarme ¿A qué, entonces, le llamará tristeza esta persona? Pues a mi me pareció todo lo contrario. Para mí, la expresión del rostro de la Virgen reflejaba un inmenso dolor. Tan inmenso, que no cabía ya aspavientos, esfuerzos demostrativos de dolor. Un dolor tan encarnado, tan adentro, que ya no tiene fuerzas, que ya no tiene rebeldía, sino solo resignación, abandono, desolación desesperanzada.
Quién haya sufrido el dolor más profundo, sabe que, tras la ira que produce esa primera reacción de rebeldía contra lo inaudito, lo inmerecido, vienen las lágrimas, el llanto, la fuerza de la desesperación...., y luego..., luego una calma, una serenidad infinita. Es la fase del dolor más hondo. El dolor aceptado. El sufrimiento que sabe que el propio sufrir no significa nada. El inmenso abatimiento de la desesperanza. La conciencia del dolor inútil, como dolor total...El dolor resignado al dolor.
¿Qué queréis que os diga? No suelen serme simpáticos esos “expertos", que me hablan de anatomía, de cánones, de conceptos y enfoques estéticos, de técnica, mediante lo cual pretenden explicarme una obra de arte. Personalmente creo que ninguna obra de arte debe ser explicada. El arte es expresión de lo sentido. El arte es el lenguaje de los valores y consecuentemente, de los sentimientos que se desprenden de aquellos. La capacidad expresiva de una obra de arte está en haber sabido o no transmitir ese universo de valores, sentimientos y sensaciones que pretende encerrar. Los instrumentos, técnicas, conceptos, son el vehículo para expresar las emociones que se pretenden plasmar. Pero lo que verdaderamente cualifica a una obra y lo que es esencial en ella, es el resultado, o sea, la fuerza emocional que nos suscita. Y en esa medida, se podrá decir si es acertado o no el conjunto de instrumentos técnicos y conceptuales con que ha sido construida la obra.
A mi modo de entender, en efecto, el arte es la expresión de lo sentido. Y cuando no alcanza a serlo, se trata solo de una representación meramente comunicacional de una idea, por lo demás, no bien asimilada. Pienso, en esto, como Unamuno: lo pensado es lo sentido, y lo sentido es lo pensado....lo demás es puro plagio.
Cuando se tiene que explicar una obra de arte, puede significar que ella, de por sí, no transmita su carga emocional (lo cual no la hace precisamente una obra excelente). O bien, el observador no pertenece al entorno cultural de la obra, y por consiguiente, carece de las vivencias que construyen los valores y las emociones sobre los que se asienta la obra de arte en cuestión.
Obviamente no estoy en contra de explicar los aspectos técnicos de una obra de arte. Esta información es muy valiosa, por ejemplo, para los estudiantes de arte y para aquellos estudiosos y legos que, tras haber sentido la emoción que le ha suscitado una obra, quieren saber cómo es posible lograr expresar todo aquello que los ha conmovido.
Pero, desde este punto de vista, es todo. Es decir, no se pretenda más que información y erudición acerca de la obra que se trate, porque lo otro, la emocionalidad misma que encierra la obra, solo es posible captarla por la vía de la sensibilidad y por tanto, si se ha llegado a sentir la obra de arte, es porque ya se comparten las claves de sensibilidad de su autor. Ya no es necesaria en realidad ninguna explicación.
Ciertamente cada observador se sensibiliza de un modo particular. Según la propia condición de sus vivencias. El autor expresa la suya, pero cada uno aviva la propia a través de ella. La calidad y universalidad de una obra de arte está en eso, en que el autor, a través de su propia vivencia, deja sitio para que, cada persona, en cada época, encuentre los elementos que suscitarán sus emociones.
Lo que sintió Miguel Ángel al esculpir La Piedad, posiblemente no es lo que yo siento al contemplarla, pero dejó suficiente margen en su obra como para que yo pudiera sentir, a través de su imagen del dolor y la piedad, mis propias vivencias acerca de esos sentimientos.
Lo que quiso decir, reflejar, o expresar el artista en su obra, está bien como erudición. Pero lo que verdaderamente importa cuando se está ante una obra de arte (cuando uno no está haciendo un estudio del arte, sino vivenciando y vivenciándose a través de una obra, que es el objetivo esencial), es preguntarse ¿qué siento yo? Porque, por lo demás, lo que quiso decir, reflejar, o expresar el artista en su obra, no dejará nunca de ser una reinterpretación particular. Malo si no lo ve el observador directamente (y lo verá siempre como propia reinterpretación). Malo si lo tuvo que decir el propio autor (reflejaría que era consciente que su trabajo no bastaba para generar una significación y una emotividad).
A veces he hecho de guía para mis amigos, colegas y alumnos por diferentes pinacotecas. Me he limitado a ponerlos en frente de una obra. Que la observasen bien, es decir, que se concentrasen en lo que veían, y fueran tratando de tomar conciencia de lo que iban experimentando, sintiendo, desde sí mismos, con la única ayuda de su capacidad sensible. Eso era lo que esencialmente les valdría de la obra. Lo demás venía después. Datos para enriquecer lo que ya se había dado. Y al final, en un café, intercambiamos impresiones, no para imponer una como válida, ya que todo sentimiento, emoción, valor, es en sí, y por tanto, válido. El intercambio de impresiones sirve para abrir un canal de comunicación, es decir, de intercambio, y en tanto que así, de empatía, de regeneración y enriquecimiento de nuestras claves cognitivas y sensibles. Cuando se vuelve a la obra, uno ve que no ha cambiado la sensibilidad inicial que experimentó con ella, sino que se ha enriquecido.
Por lo demás, lo mismo que uno debe leer un libro en diferentes etapas de la propia vida, se debe volver a las obras en diferentes épocas de la existencia, porque nunca se vuelve a la misma obra. La vida es un permanente cambio, y por tanto, una permanente resignificación. De La Piedad que vi de niño, pasando por La Piedad que vi de adolescente, hasta La Piedad que he visto de adulto, ha habido grandes matices diferenciales porque, el dolor, se resignifica de distinta manera.

1 comentario:

  1. Valoro enormemente el pensamiento expresado. Me ha aliviado que alguien diga que no es necesario preocuparse de lo que quiso hacer o "decir" el autor de una obra, sino de qué modo me llega su trabajo y qué emociones, además de la admiración, despierta la obra en mí.

    ResponderEliminar