jueves, 25 de junio de 2009

LA ODISEA: SIMBIOSIS DE ARTE, CIENCIA Y FILOSOFÍA


Continuando con la serie de artículos relacionados con esa simbiosis del arte, la ciencia y la filosofía, esta vez he escogido una obra literaria clásica, La Odisea, que a mi juicio la representa a la perfección, al punto de considerarla un arquetipo.
La Odisea es una obra de múltiples lecturas. La propia narración formal es importante. En primer lugar, aunque enfocada desde el punto de vista de los griegos, es la historia de una guerra, la de los Aqueos o Helenos, contra la ciudad de Troya. Gracias a esta obra de Homero se pudo llegar incluso a descubrir (junto con la Iliada), la ubicación exacta de la ciudad de Troya, y sus ruinas. En segundo lugar, tiene un valor antropológico, cuanto que nos habla de los usos, costumbres, formas de pensar, creencias, orden social, etc., de un pueblo cuya importancia nos es vital para sabernos a nosotros mismos. Toda nuestra civilización occidental tiene como fundamento la cultura griega.
Con todo esto, aún hay más en esta inmensa e imperecedera obra clásica. Es una representación simbólica de un universo cultural. Hay un modelo ético, fundamento de nuestra propia moral, nuestros propios valores, donde se subraya especialmente el papel de la inteligencia, la astucia, la fuerza, la lealtad. También se apunta el eterno dualismo entre idealismo y pragmatismo; el papel de la racionalidad y la pasión; de la razón y las creencias o la fe, o los mitos.
Pero la Odisea es, también y sobre todo, la representación simbólica (y desde luego poética) del universo psicológico del ser humano y de su viaje iniciático a través de la existencia hasta encontrarse consigo mismo.
Ahora bien ¿Por qué Homero escribe simbólicamente y no hace directamente un tratado de filosofía, de ética, de historia, o de psicología? Porque su recurso no es el analítico, sino el sintético. A Homero no le interesa, por ejemplo, hacer un tratado de los diferentes tipos psicológicos, sino expresarlos como se dan en la vida misma. Y para ello comprende que no hay mejor manera que exponer la trama psicológica dejándola fluir tal como verdaderamente la siente cada individuo en su experiencia vital, en su vida misma.
El tratado es una extracción, y como tal un aislamiento, un abstraer del contexto. El análisis es la vía racional del conocimiento, que no se completa hasta reintegrarlo en una síntesis que contempla el universo emocional. Un libro de ciencias es análisis, pero las realidades se dan en la síntesis. La poesía, la literatura, el arte expresan esa síntesis. En un poema se puede transmitir de un plumazo un sentimiento, una vivencia, una emocionalidad, que un libro de ciencia tardaría un texto entero en explicar, y que, al final, solo permitiría una noción sin vivencia.
La historia de Ulises es la historia de todos nosotros. La Odisea no es otra cosa que un viaje interior del alma, por todas sus vicisitudes, debilidades, temores, abatimientos, esperanzas, falsas esperanzas, tentaciones, etc., hacia el encuentro consigo mismo y con lo que verdaderamente uno ama, anhela, desea. Es el largo viaje para encontrar la felicidad. La vuelta a Itaca es la vuelta al principio de uno mismo, pero con plena conciencia de ser. Un viaje hacia el amor (encarnado en Penélope), y hacia el propio destino (encarnado en Telémaco), y hacia uno mismo (encarnado en la patria, la identidad, lo de uno, Itaca), y cuando se llega a sí mismo ( a Itaca) se encuentra el amor (Penélope) y el propio destino (Telémaco, el hijo).
Ulises vence los diferentes tipos de tentaciones y trampas a que nos enfrentamos en ese viaje iniciatico, tan magistralmente encarnadas en el canto de sirenas o la hechicera Circe. Ulises vence a Neptuno, el Dios del mar (el hombre vence el vaivén de la existencia, las condiciones de vida, los avatares). Y lo hace no solo con el valor, sino que con la astucia de la inteligencia (le ampara Atenea, la Diosa de la inteligencia, la sapiencia, la ciencia, la racionalidad).
No menos importante es la historia de Penélope y Telémaco. Otra lección ética sobre el amor y los fundamentos o raíces que yerguen al ser humano como sujeto trascendente. Cuando la lealtad y el amor son firmes, cuando el futuro no desprecia el camino que su pasado le ha abierto, cuando de verdad hay fe y confianza, un norte, un referente, un faro, toda oscuridad, desaliento, peligro, pueden ser afrontados y vencidos.
Si Ulises es importante, puesto que es la representación del viaje iniciático del ser humano, la figura de Penélope no lo es menos. Penélope figura la esperanza. Pero no una esperanza absurda, sin fundamento. Es la esperanza sólida que se genera a partir de la convicción, la confianza, el amor, que a su vez han emergido de la experiencia y el conocimiento íntimo de la naturaleza del ser. La espera sin desesperanza de Penélope en relación al regreso de Ulises, es la confianza en la naturaleza humana. La fe y como consecuencia la perseverancia, como virtudes cardinales que le otorgan una oportunidad a la humanidad y fuerza para embestir todo obstáculo. Pero Homero no descontextualiza estas virtudes, si no que nos las presenta imbricadas en el contexto que las hace posible: el amor, fuente de todas las virtudes.
Siempre se ha dicho que los griegos creían en el destino. Pero creo que es necesario matizar el concepto, pues puede llevar a engaño. Cuando hablamos del destino, parece que hablamos de algo que ya estaba escrito, y que ha de suceder de manera inexorable. Un pueblo tan racional como los griegos (verdaderos constructores de la lógica y la racionalidad), no podían entender de este modo el camino del ser humano. Habría sido, más que una contradicción, una incoherencia absurda. Y esto viene a demostrarlo precisamente la figura de Telémaco. La salida de Telémaco en busca de su padre es la representación simbólica de que es inútil esperar que el destino venga a uno. Es uno quien debe encontrarlo. Telémaco no encuentra a su padre (el destino no encuentra a Ulises). Será Ulises quien, al final de su peregrinaje, encontrará su destino. Solo hay un destino inexorable: la muerte, la condición de la naturaleza de las cosas. Pero el camino se construye, se busca, se conquista.
La Odisea hay pues que entenderla como un mito, una representación simbólica del proceso humano de crecimiento y búsqueda de sí mismo. No podía ser otra forma. Los griegos se han caracterizado por haber construido multitud de mitos acerca del alma humana, de la trama psicológica del ser humano. En toda la literatura griega, desde las tragedias, pasando por los poemas, o en las comedias, están presentes los dramas psicológicos del individuo (Medea, Ifigenia, Edipo, Orfeo y Eurídice, por citar algunos). Tipos de reacciones y comportamientos de la naturaleza humana.
No es extraña esta predilección por los arquetipos psicológicos individuales (o tipos psico-sociales que ofrece una cultura, encarnados en una expresión de individualidad). El individuo es para los griegos el actor social, el sujeto de derecho, el fin último que da sentido a la propia sociedad. El individuo es la conclusión, la deducción inexcusable a que tenían que llegar los griegos desde las axiologías de su paradigma, que arranca del pensamiento analítico y el principio de falsabilidad como vehículo del conocimiento de la realidad, distanciándose de las creencias y el pensamiento mágico.
Estos principios, como fundamento de la lógica y ésta de las leyes, conduce a los griegos hacia un sentido social basado en el pacto de los diferentes logos o voluntades racionales, convirtiendo al individuo en el sujeto histórico y de derecho, reflejado en todo su comportamiento político.
Crearon la democracia, como sistema de acuerdo entre voluntades individuales. Dieron pues base filosófica y jurídica al individualismo y a la libertad. Por eso no concibieron Imperios, si no pequeñas unidades políticas, las ciudades Estados, como Atenas, por citar la más gloriosa. Unidades concebidas a la medida de los individuos, evitando aquellas macro estructuras políticas en las que la individualidad se pierde y pierde protagonismo.
De hecho, cuando surge el primer Imperio heleno, el de Alejandro Magno, Grecia ya está en la decadencia moral, intelectual y social, pues ha perdido, precisamente, ese espíritu democrático, y esas libertades. O sea, en el periodo en que parece Grecia más fuerte, es cuando, paradójicamente, se anuncia su fin y perdición. Y es el Imperio precisamente el síntoma mayor de esa decadencia.

REFLEXIONES SOBRE ARTE ANTE LA PIEDAD DE MIGUEL ÁNGEL



Continuando reflexiones sobre el arte, aprovecharé una ocasión en la que visité la Capilla del Obispo, en el antiguo Palacio de Los Vargas, a propósito de ver una exposición fotográfica de Robert Upka, cuya temática era la magnífica escultura llamada "La Piedad" de Miguel Ángel. La exposición se hacía en un marco inmejorable, ante el retablo, una obra bastante excepcional de Gerardi, y ante el magnífico conjunto escultórico de la tumba del Obispo Francisco de Vargas y Carvajal.
Pese a estar absorto en las excelentes fotografías de Upka, no pude dejar de oír a una "experta" comentarios que hacía sobre la expresión de la Virgen. Decía que no era de tristeza, ni de piedad (señalando esto como paradoja, ya que, como se ha señalado, el nombre de la famosa escultura es precisamente La Piedad). La experta continúo su exposición argumentando que sólo se reflejaba en el rostro de la Virgen una expresión de serenidad. Literalmente: "se trata de un rostro sereno, frío".
No pude menos que preguntarme ¿A qué, entonces, le llamará tristeza esta persona? Pues a mi me pareció todo lo contrario. Para mí, la expresión del rostro de la Virgen reflejaba un inmenso dolor. Tan inmenso, que no cabía ya aspavientos, esfuerzos demostrativos de dolor. Un dolor tan encarnado, tan adentro, que ya no tiene fuerzas, que ya no tiene rebeldía, sino solo resignación, abandono, desolación desesperanzada.
Quién haya sufrido el dolor más profundo, sabe que, tras la ira que produce esa primera reacción de rebeldía contra lo inaudito, lo inmerecido, vienen las lágrimas, el llanto, la fuerza de la desesperación...., y luego..., luego una calma, una serenidad infinita. Es la fase del dolor más hondo. El dolor aceptado. El sufrimiento que sabe que el propio sufrir no significa nada. El inmenso abatimiento de la desesperanza. La conciencia del dolor inútil, como dolor total...El dolor resignado al dolor.
¿Qué queréis que os diga? No suelen serme simpáticos esos “expertos", que me hablan de anatomía, de cánones, de conceptos y enfoques estéticos, de técnica, mediante lo cual pretenden explicarme una obra de arte. Personalmente creo que ninguna obra de arte debe ser explicada. El arte es expresión de lo sentido. El arte es el lenguaje de los valores y consecuentemente, de los sentimientos que se desprenden de aquellos. La capacidad expresiva de una obra de arte está en haber sabido o no transmitir ese universo de valores, sentimientos y sensaciones que pretende encerrar. Los instrumentos, técnicas, conceptos, son el vehículo para expresar las emociones que se pretenden plasmar. Pero lo que verdaderamente cualifica a una obra y lo que es esencial en ella, es el resultado, o sea, la fuerza emocional que nos suscita. Y en esa medida, se podrá decir si es acertado o no el conjunto de instrumentos técnicos y conceptuales con que ha sido construida la obra.
A mi modo de entender, en efecto, el arte es la expresión de lo sentido. Y cuando no alcanza a serlo, se trata solo de una representación meramente comunicacional de una idea, por lo demás, no bien asimilada. Pienso, en esto, como Unamuno: lo pensado es lo sentido, y lo sentido es lo pensado....lo demás es puro plagio.
Cuando se tiene que explicar una obra de arte, puede significar que ella, de por sí, no transmita su carga emocional (lo cual no la hace precisamente una obra excelente). O bien, el observador no pertenece al entorno cultural de la obra, y por consiguiente, carece de las vivencias que construyen los valores y las emociones sobre los que se asienta la obra de arte en cuestión.
Obviamente no estoy en contra de explicar los aspectos técnicos de una obra de arte. Esta información es muy valiosa, por ejemplo, para los estudiantes de arte y para aquellos estudiosos y legos que, tras haber sentido la emoción que le ha suscitado una obra, quieren saber cómo es posible lograr expresar todo aquello que los ha conmovido.
Pero, desde este punto de vista, es todo. Es decir, no se pretenda más que información y erudición acerca de la obra que se trate, porque lo otro, la emocionalidad misma que encierra la obra, solo es posible captarla por la vía de la sensibilidad y por tanto, si se ha llegado a sentir la obra de arte, es porque ya se comparten las claves de sensibilidad de su autor. Ya no es necesaria en realidad ninguna explicación.
Ciertamente cada observador se sensibiliza de un modo particular. Según la propia condición de sus vivencias. El autor expresa la suya, pero cada uno aviva la propia a través de ella. La calidad y universalidad de una obra de arte está en eso, en que el autor, a través de su propia vivencia, deja sitio para que, cada persona, en cada época, encuentre los elementos que suscitarán sus emociones.
Lo que sintió Miguel Ángel al esculpir La Piedad, posiblemente no es lo que yo siento al contemplarla, pero dejó suficiente margen en su obra como para que yo pudiera sentir, a través de su imagen del dolor y la piedad, mis propias vivencias acerca de esos sentimientos.
Lo que quiso decir, reflejar, o expresar el artista en su obra, está bien como erudición. Pero lo que verdaderamente importa cuando se está ante una obra de arte (cuando uno no está haciendo un estudio del arte, sino vivenciando y vivenciándose a través de una obra, que es el objetivo esencial), es preguntarse ¿qué siento yo? Porque, por lo demás, lo que quiso decir, reflejar, o expresar el artista en su obra, no dejará nunca de ser una reinterpretación particular. Malo si no lo ve el observador directamente (y lo verá siempre como propia reinterpretación). Malo si lo tuvo que decir el propio autor (reflejaría que era consciente que su trabajo no bastaba para generar una significación y una emotividad).
A veces he hecho de guía para mis amigos, colegas y alumnos por diferentes pinacotecas. Me he limitado a ponerlos en frente de una obra. Que la observasen bien, es decir, que se concentrasen en lo que veían, y fueran tratando de tomar conciencia de lo que iban experimentando, sintiendo, desde sí mismos, con la única ayuda de su capacidad sensible. Eso era lo que esencialmente les valdría de la obra. Lo demás venía después. Datos para enriquecer lo que ya se había dado. Y al final, en un café, intercambiamos impresiones, no para imponer una como válida, ya que todo sentimiento, emoción, valor, es en sí, y por tanto, válido. El intercambio de impresiones sirve para abrir un canal de comunicación, es decir, de intercambio, y en tanto que así, de empatía, de regeneración y enriquecimiento de nuestras claves cognitivas y sensibles. Cuando se vuelve a la obra, uno ve que no ha cambiado la sensibilidad inicial que experimentó con ella, sino que se ha enriquecido.
Por lo demás, lo mismo que uno debe leer un libro en diferentes etapas de la propia vida, se debe volver a las obras en diferentes épocas de la existencia, porque nunca se vuelve a la misma obra. La vida es un permanente cambio, y por tanto, una permanente resignificación. De La Piedad que vi de niño, pasando por La Piedad que vi de adolescente, hasta La Piedad que he visto de adulto, ha habido grandes matices diferenciales porque, el dolor, se resignifica de distinta manera.